Una fecha ancestral para venerar a la Madre Tierra
Cada 1 de agosto se conmemora el Día de la Pachamama. Una celebración tradicional y milenaria de los pueblos originarios andinos, en la que se agradece a la Madre Tierra por las cosechas, el buen tiempo, los animales y la abundancia del suelo.
Por eso, el primer día de este mes, se revive la costumbre ancestral dando gracias y bendiciendo la fertilidad de la Divinidad de los indígenas y sus descendientes del noroeste argentino, Chile, Bolivia y Perú. En nuestro país, la provincia de Jujuy es considerada la “Capital Nacional de la Pachamama”, a tal punto que el Gobierno local decreta en esta fecha el asueto escolar y administrativo.
En Argentina, desde el 2013 y por una ley sancionada por el Congreso de la Nación, esta vieja festividad quedó formalizada y plasmada en el calendario nacional. Las actividades cobran mayor importancia en la zona de la Quebrada de Humahuaca, donde sus pobladores, al pie del monumento a los Héroes de la Independencia, realizan oraciones y ofrendas a la Pacha, al mismo tiempo que reivindican los conceptos básicos de la cosmovisión andina. Ellos, como el resto de las familias originarias de la región celebran el alejamiento de los males del invierno (que produce pérdidas de cosechas y muertes, de personas y animales, por el frío extremo y las lluvias) y le dan la bienvenida a la primavera.
La Pachamama (del quechua Pachamama, de pacha, “tierra”, y mama, “madre”) representa la deidad femenina que produce, engendra, nutre, protege y propicia la fertilidad de los suelos. Por eso los lugareños se ocupan de alimentarla enterrando ollas de barro con sabrosos alimentos, bebidas alcohólicas, hojas de coca y tabaco, entre otros sacrificios que son ofrecidos para que nunca falten. Para ellos, además, las ofrendas tienen un significado de reconciliación con las fuerzas espirituales, que cuentan con un rol preponderante en el equilibrio de los sistemas naturales, sociales y religiosos.
Los viajeros respetuosos del ambiente y de las comunidades autóctonas, que practican a conciencia el turismo sostenible, comparten con admiración este antiguo culto del que pueden participar en ciertas comunidades y contribuir, al mismo tiempo, al desarrollo local de sus habitantes, quienes ofrecen artesanías y servicios de gastronomía y alojamiento, poniendo en marcha el comercio justo, que genera ingresos y empleo genuino en los lugareños, que reciben a los visitantes con los brazos bien abiertos, un gran bagaje cultural y miles de historias por compartir.